jueves, 29 de noviembre de 2012

MARÍA ROSARIO: LAS ROSAS Y LAS DALIAS




“Tu creación es bella, Oh Watainewa, pero, ¿por qué existe la muerte? 

(De un “lamento” de los yamanas. Tierra del fuego.) 
Dedicado a Angelita, mi esposa y a Gladys Mérida, por su apoyo. 

Me veo, como en una proyección de una película en blanco y negro, con ella. En una mano lleva una linterna y con la otra me guía a través del jardín. Tengo talvez seis años y ella es joven y bella. Nos baña una luz tenue de luna blanca que se pierde entre las hojas y las flores de las plantas, sembradas en el baldío tras la casona de madera, grande e imponente con su amplio corredor lleno de macetas – unas sobre el piso, otras colgantes—con flores coloridas y plantas ornamentales que se ven, a esa hora (nueve de la noche), fantasmales, iridiscentes, inefables y casi mágicas. 

El motivo de caminar por el jardín a esas horas de la noche es para exterminar a los zompopos, que cortan puntualmente las hojas y las flores de las plantas y “no se porqué m´ijo, prefieren los rosales y las dalias que me gustan”. Ella habla de sus rosas y sus dalias blancas, rojas, rosadas y lilas, multicolores bajo las estrellas centellantes. Siento una felicidad inerrable, junto a ella, mi madre, y se que esos momentos de ensueño se transformarán más tarde en imágenes, en recuerdos que me acompañaran el resto de mi existencia. Así lo percibo. 

La escena se desvanece lentamente y aparece ahora, a sus noventa y cuatro años de edad, con su salud quebrantada. Son tantos años de lucha tenaz, valiente e imagino su angustia al enviudar de mi padre –yo tenía trece años de edad--, su soledad y desesperación al pensar en el futuro de sus hijos, nueve en total, para sacarlos adelante en la vida. No entiendo porqué ellos, mis padres, confiaron en el estudio como la herramienta indispensable para que sus hijos lograran un mejor nivel de vida. Mantener esa propuesta en ese provincialismo exultante, rural, de pueblo cafetalero, era difícil, como nadar contra la corriente. Era la época de la ruralidad conservadora y donde el muchacho debe trabajar muy temprano en la vida, en el corte de café, en la limpia de cafetales. Pero ellos no, nuestros hijos deben estudiar, decían, y lo expresaban a otras personas. 

Divaga mi mente, sin embargo la realidad me la muestra con ese rictus de sufrimiento en el rostro. Es como una escena irreal, inefable y dolorosa. Ella siempre fue valiente, me digo, voluntariosa. Recuerdo entonces la obligación religiosa de levantarse temprano, en la alborada y barrer el área de la casa que nos correspondía y luego a caminar a la escuela del pueblo, mi inolvidable escuela. Más tarde, terminaba la escuela primaria y en parte la infancia y luego viajamos a San Marcos y a Xela, a estudiar a los institutos públicos, el INMO y el INVO. 

Ella lucha para darnos mejores oportunidades, se sacrifica hasta el límite, para pagar la estancia de sus hijos en esos pueblos y lleva, al mismo tiempo, la impronta dolorosa de mi padre. Educar a los hijos significa costo y el dinero fluye de la tienda, las costuras y la pequeña finca. La tienda está ubicada frente al parque, grande y espaciosa, con sus mostradores de madera y sobre ellos frascos de vidrio que contienen dulces, galletas, abajo el azúcar y la sal, que vende por libras y a un lado el gas, necesario en ese tiempo para alumbrarse con candiles en las casas más humildes. 

Arriba y a los lados hay anaqueles que poseen gavetas con el nombre del producto que contienen: pepitoria, alhucema, anís, pimienta negra y de castilla, clavo, canela, ajonjolí. A la par el estoraque, las candelas amarillas, blancas, rojas y negras. Por la noche, infatigable costura de blusas de atoyac y yo estoy a la par, con sueño de niño, pero presiento que a ella le gusta que la escuche mientras cose con su vieja máquina Singer. El niño conoce el corazón de los adultos. Y habla entonces de su lucha porque sus hijos mayores estén bien, aunque lejos y ella que qué bueno es Haroldo, que ayuda y apoya el estudio de sus hermanos, 


... gracias a Dios, que ilumine a mis hijos que como estará Hugo Leonel y yo, sentado a la par suya, en el banco, asiento con la cabeza, adormilado y ella acostate m’ijo, tengo que terminar estas costuras y yo, no mama, quiero estar aquí con usted. El ruido de la máquina Singer me arrulla , sedante, tierno. Temprano en la mañana y hay que atender la tienda, el molino de nixtamal y las penas del pago de los mozos de la finca María del Rosario, la limpia, el corte y el desombrado del café, la venta del producto en Coatepeque y ella que como estará tu hermana Gladys y tu hermana Tere y que gracias a Dios tu hermano me ayuda para que ustedes estudien, esa es mi pena, pobre m’ijo. Siempre me acompaña el recuerdo de esas noches a su lado, ella en su máquina de coser y yo sentado escuchando que qué bueno que Ileana y Mirtala ganaron su grado, que como me quieren, m’ijo, y yo asintiendo con la cabeza. Pienso que así aflora la angustia de ganar el pan de cada día para esa mesa tan numerosa. 

Ella tiene mucha fortaleza, mucho amor para darle vida a sus hijos y yo a su lado, así lo entiendo. Porque, como dije, los niños conocen el corazón de los adultos. Esas noches con mi madre transcurren silenciosas, furtivas ……como lágrimas y paraísos perdidos. 

Ahora que estoy contigo, de nuevo, madre, sufres la agonía. Los años han pasado y se que caminas a tu Edén, a tu propio paraíso, mientras yo solo soy lágrima silenciosa, estupor, nostalgia y desarraigo. 

Y de vacaciones madre, nos trasladamos a la finquita para ayudar en el trabajo de campo. Usted, Ileana, Mirta y yo, por dos meses, y mis hermanos mayores, los varones trabajando fuera del pueblo, en otros lugares y mis hermanas en la casa frente al parque, para cuidar los pequeños negocios suyos. ¡Que maravillosas vacaciones, madre, a su lado! Fortalece el espíritu el trabajo de campo: me levanto temprano y con usted recogemos los huevos del gallinero, limpio los patios, junto a los peones vaciamos las casillas llenas de café para darle sol y buscar su punto. Por la tarde, estamos ocupados en el despulpe del fruto, rojo, rutilante. Y usted que ojala que estén bien mis hijitas en el pueblo, que como las extraño, que tenemos que cuidar bien la cosecha para salir de deudas y así iniciar el otro año, porque te vas a Quetzaltenango, ya lo dijo tu hermano, y yo, triste porque las vacaciones se acortan día con día y ya no podré pescar en el río Chisná, ni buscar cangrejos en los riachuelos. Pero así es la vida. Estudiar siempre fue prioridad para mis padres. Y más tarde Vera, Ivonne y yo, en la capital, estudio Medicina y las cosas han cambiado para mí, la facultad es otro mundo y la universidad otro estilo de vida. 

Y la recuerdo siempre trabajando, madre, talvez por la necesidad de darle oportunidades a sus hijos o quizás porque el trabajo para usted significaba esfuerzo, metas que alcanzar y ejemplo para nosotros. O las dos cosas. Y junto uno a uno los pedacitos de la ida que se escapan del recuerdo y los ato poco a poco, hasta llega a comprender que el esfuerzo fue grande y difícil. Siempre la veo allí, inexpugnable, impertérrita, ante las interrogantes insolubles que plantea la existencia, sin desfallecer un solo momento. Vivir con usted fue como jugar al azar y ganar siempre, apostando con la suerte de nuestro lado y hoy, al dejarnos, el rictus de dolor en su rostro cambia por una sonrisa, dulce silenciosa, para siempre. El ser humano común de pronto se encuentra en la vida, pasa por ella, y luego muere. Usted no, madre, usted dejó huellas. 


Dr. Benjamín Ruiz Carlos 

Mazatenango, Such.

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