Dedicado a mi padre, Benjamín Rodrigo Ruiz Rodríguez, “El Serio”
Dr. Benjamín
Ruiz Carlos
Esta es la historia, querida familia, de un hombre que dejó su huella en este mundo y a quien ahora, es la hora de reconocer sus méritos, de saber sus defectos y de darle valor a sus virtudes. Esta es la hora, queridos amigos, de saber que aquel ser que se fue de este mundo hace ya muchos años, era una persona sumamente interesante. Cuando tu partida hacia los arcanos profundos se hizo inevitable, cuando tu caminar por el universo comenzó, después de tanto sufrimiento asimilado en tu cuerpo y en tu alma, yo que soy parte y descendencia de tus sueños de hombre justo, tenía alrededor de doce años.
Aquel tres de mayo no entendí a cabalidad la noticia espantosa, que me dieron familiares cercanos y amigos de tus amigos, sobre tu agonía. Es hora, entonces, de darle a conocer a los escépticos del mundo que en lugares pequeños y rurales, en ese tiempo que tu viviste, se producían historias inconmensurables, donde el amor a la familia no se demostraba con arrumacos, peor aún con mensajes de texto ni correos electrónicos a través de las computadoras, porque en ese tiempo de tu vida la tecnología estaba en pañales. Sin embargo existían otros valores que redundaban en una ética y moral que orientaban el resto de nuestra existencia. Yo caminé contigo, a tu lado y observé con ojos de niño ese ceño fruncido, herencia de siglos que nos dejaste, ese andar rápido y deseoso de llegar a su destino, que era la pequeña labor que tú hiciste con tus propias manos.
El camino polvoriento llenaba las costuras de nuestros zapatos y observé el sudor en tu ropa campesina, a través de los rayos erráticos y deslumbrantes del sol del trópico. Quiero que sepan, familiares y amigos de mi entorno, que ese hombre luchó para que nosotros fuéramos mejores que él, ese hombre se fajó con el mundo rural de entonces, para darnos educación, a pesar del escepticismo que sobre ese tema tenían sus amigos. Yo lo recuerdo con el cigarro en los labios y claro, nadie es perfecto, en ocasiones celebrando con licor festividades inventadas por su imaginación prodigiosa. Y es que nadie alcanza la perfección en este mundo, señores, la conducta humana a veces se somete a leyes del azar, aún en estos grandes hombres. Porque para mí, ahora lo comprendo, tú eras un gran hombre, sencillo campesino que deja huellas de filosofía, porque tu estudiabas por tu cuenta en libros que permanecían cuidadosamente conservados en el baúl situado en el tapanco de la casa de madera, que guardo como bello recuerdo en lo profundo de mi cerebro consciente.
Algunas veces te juzgué mal, porque no comprendía entonces la bondad de tu corazón al compartir una mesa con catorce o más comensales; no comprendí entonces la grandeza de tus sentimientos, la profundidad de tu existencia al aceptar a tu suegra, a tus cuñados y algunas veces a los hijos de tus cuñadas para ayudarles en el momento en que más lo necesitaban. Altos propósitos debió tener el Ser Supremo para hacerte iniciar el retorno a la inmensidad eterna e infinita, cuando más te necesitábamos. Porque fuiste un luchador y nosotros, tus hijos, hubiéramos sentido la fortaleza de tu compañía por un tiempo más en nuestras vidas.
A veces siento tristeza en el recóndito escondite que guarda los sentimientos de nuestra existencia pasada. Siento tristeza, padre, porque tal vez no te hemos valorado como lo que realmente fuiste para nosotros, tus hijos, nietos, bisnietos, tataranietos, tu familia. Porque, debemos reconocer que los hombres como tú, son hombres especiales que forjan su futuro y el futuro de sus descendientes sobre virtudes de honestidad y fortalezas morales que superan, francamente con creces, los defectos que puedan tener. Así ha sido siempre, padre, y gracias por haberme heredado tus genes, tus bondades espirituales y tus defectos. No está de más decirte que viviste a tu manera y aunque tarde, ¡Gracias!
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